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Channel: Silvia Grijalba
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Oda a Torroles

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Artículo publicado en un suplemento de El Mundo de Andalucía dedicado a Torremolinos. En esta etapa nostálgica, lo recupero, que llevo unos meses con ataque de saudade torremolinense, término que parece poco apropiado, pero no van tener la exclusiva los que vengan de sitios umbríos.

La primera vez que tuve conciencia de que venía de un pueblo que no era un pueblo normal fue a los 13 años. Aquel verano mis padres me habían mandado a Oxford con mi (aún hoy) amigo del alma, Juanjo Rodríguez de Pablo, a ver mundo y hacer como que aprendía inglés. Estábamos en la plaza de Carfax, haciendo botellón con tetra bricks de zumo de arándanos y charlando en español con el grupo de niños españoles que habíamos ido a pasar un mes a la ciudad británica donde no hablamos ni una palabra de inglés. De repente se hizo el silencio en la plaza. Oscar de Juan, un chico de Madrid, un par de años mayor que nosotros puso una cara de terror que a mí me hizo girar la cabeza con un escalofrío por la espalda. Miré y allí estaba: un punki con su cresta verde, sus pantalones de cuadros escoceses, su jersey roto y sus botas Doctor Martens. Seguí observando a ver qué pasaba y me di cuenta de que todos miraban al punk como si hubieran visto al mismísimo diablo.
En ese momento me di cuenta. Oscar de Juan, el guaperas, el listillo, el de Madrid (que para nosotros, los de pueblo, era como ser de una casta superior) tenía miedo de un punky. Más aún, nunca había visto un punk. Pero Juanjo y yo estábamos hartos de verlos. Por la calle San Miguel, por el pasaje Pizarro, en la puerta de Hardy’s… Torremolinos, desde el 78, se había convertido en un sitio donde los punkies no es que fueran lo más normal del mundo, pero nos resultaban familiares. Por la reacción del resto de los chicos me di cuenta de que eso era algo excepcional y después, con los años, descubrí que efectivamente, en Torremolinos teníamos el privilegio de enterarnos de lo más moderno, de las últimas tendencias antes que nadie del resto de España.
Dos años después de aquello, en el 82, los quinceañeros de Torremolinos íbamos a la sesión de tarde de Pipper’s y allí lo normal era que además de la música pachanguera habitual, hubiera una hora dedicada a algo así como música de tribus urbanas. No creo que en ninguna discoteca mainstream del resto de España se pudiera oír una canción de The Jam, otra Yahoo, otra de Depeche Mode ni a los Who. Pero en Pipper’s, durante una hora sí, y allí saltábamos a la pista los que llevábamos camino de ser los raros de la clase, a bailar esa música que nos hacía sentirnos distintos. Por aquella época, llegaban a nuestras manos revistas como el Melody Maker o el New Musical Express. En Noche y Día y los kioskos de la Plaza de Andalucía, era más fácil encontrar esas publicaciones que el Rock de Luxe o, años antes, el Vibraciones. No era casualidad que la mayoría de los grupos de Málaga tuvieran una influencia tan claramente anglosajona, desde Roxy Music en el caso de Generación Mishima a Yazoo en el de Réquiem, pasando por Bowie en el de Conde o por Simple Minds en el de Danza Invisible. Teníamos más influencia de los grupos que salían en Londres que de los que surgían en Madrid, incluidos los de la Movida. Pero es que además nuestros amigos de verano, esos ingleses, canadienses o americanos que venían a “Torroles” a pasar las vacaciones nos traían discos que aquí era imposible encontrar. El nuevo de Durruti Column, el último single de Siouxie, el doble LP de This Mortal Coil…
Pero eso ya había ocurrido antes, aquello no era nuevo. A finales de los 50 el mismo Timothy Leary (gurú del movimiento psicodélico) y bares de la Carihuela como The fat pussy cat, Pedro’s, en el centro, o la famosísima discoteca Tiffany’s eran sitios donde los hippies se movían a sus anchas. Eso era algo que no ocurría en ningún otro sitio de España, exceptuando Ibiza y Formentera, como magníficamente explican José Luís Cabrera y Lutz Petry en su página web torremolinoschic.es, a la que el Ayuntamiento debería dedicar una calle o, como mínimo, una estatua (total, una más ¿qué les cuesta?) en plena calle San Miguel.
En los 80, dos de los centros neurálgicos que demostraban que Torremolinos era different, y “vanguardista” (una palabra que se usaba mucho entonces), eran Disney y La Luna. Por allí recalábamos más o menos la misma gente. Esos dos locales y el Bier Kéller (más cercano al rollo roquero y fiel al espíritu hippie de sus comienzos) formaban el centro de la juventud underground, de casi adolescentes (unos más que otros), que nos reuníamos para ver quién sabía más de tal grupo o de tal escritor y para quejarnos de lo aburrido que era Torremolinos y lo maravilloso que debía ser vivir en Londres… como si uno, en Londres, se cruzara todos los días con Vivien Westwood y fuera a tomar el te todas las tardes a casa de Hanif Kureishi.
Cuando, en el 85, llegué a Madrid, que nos parecía lo más similar a Londres en aquél momento, y visité los centros de La Movida, como La Vía Láctea o El Pentagrama, me di cuenta que tampoco era para tanto. Que en Disney o en La Luna se oía música mucho más interesante y de vanguardia y que la gente era mucho más anodina que cualquiera de mis amigos de Torroles.
En aquél momento no nos dábamos cuenta, pero lo cierto es que Torremolinos nos facilitó el acceso a esa formación en subcultura underground que nos ha servido a muchos para movernos por la vida. De los del grupo de Disney, de los que hacíamos fanzines como Imágenes Alteradas o Bulevard, de los que nos peleábamos para oír los primeros el nuevo disco de Siouxie and the Banshees, han salido músicos con indiscutible talento, diseñadores gráficos, ilustradores, escritores, críticos musicales, diseñadores, disc jockeys, ensayistas, celebridades mediáticas o periodistas. Bueno, no puede decirse que sean profesiones “de provecho”, pero de eso se trataba.

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